JOSEFINA MENDEZ:
Una ballerina de estilo excepcional y tecnica impresionante
En celebración de sus 50 años en escena
Por MIREYA CASTAÑEDA
Ver bailar a Josefina Méndez ha sido un privilegio. Justo ahora cuando deseo escribir sobre esta excepcional ballerina en celebración de sus 50 años en escena, escojo los recuerdos, antes de textos, datos, preguntas.
Por experiencia sé que los públicos en una función son variados, a un lado los críticos, por otro los balletómanos, más allá los que gustan del arte, y hasta los que van por primera vez a una función.
Ha sido la Gala por su aniversario (no de las mejores funciones) en que Josefina venció al tiempo y su propia decisión de no bailar, regalando la escena de Doña Rosita en Viva Lorca, y reiterando, si fuera necesario, por que Haskell la llamó reina de la tragedia, la que me retrotrajo casi 20 años.
Había invitado a una función a una vecina, una mujer mayor, sin ningún conocimiento de ballet. Esa noche, una de las puestas fue In the night (Jerome Robbins, música de Chopin).
Naturalmente, a la salida comentamos sobre lo visto, y esa vecina, sin conocer a las bailarinas, dijo: a mí me emocionó la que estaba vestida de malva. Era Josefina Méndez.
Fue un impacto esa opinión de alguien no especializado. La armonía de su baile, el ímpetu de su lirismo, su técnica depurada habían provocado un real placer.
A lo largo de estos años he tenido la suerte de entrevistar en varias ocasiones a esta estrella del ballet mundial y la técnica y el arte han sido centro del diálogo. Para ella la técnica, y hasta el estilo, deben ser consustanciales, y luego, estudiar cada personaje, pues el lado artístico es absolutamente imprescindible.
Como prima ballerina, de buena línea y encanto natural, así fue en sus actuaciones, reconocidas por la crítica: técnica segurísima, estilo de gran clase, interminables y triunfantes balances, deslumbrantes arabesques, cabal sentido interpretativo.
Gracias a uno de esos encuentros, guardo una anécdota que ella relatara. Era 1972 y bailaba Giselle, nada menos que en la Opera de París. Contó que llegó al teatro y la compañía tenía hacia ella una actitud cuando menos de helada espera. Comencé a ensayar añadió y al finalizar me percaté que todos estaban alrededor de la escena, un silencio cortante y de repente un aplauso.
Así lo apreció después el crítico André Philippe Hersin en Les saisons de la danse, París, 1972: Muy pocas veces he visto tantas cualidades reunidas en una misma bailarina: técnica segura, equilibrio impresionantecomo prueba, la célebre diagonal, estilo excepcional, personalidad y emoción en el momento de la locura y en el segundo acto, legato, ligereza y lirismo.
Alejo Carpentier escribiría de esa misma función: Y podemos afirmar que desde mediados del primer acto la partida estaba ganada, Josefina se había impuesto por su perfecto dominio sicológico y danzario del personaje, su espléndida precisión, su autoridad manifiesta y su falta de nerviosismo...Ahí se afirmó de modo definitivo la personalidad de una gran bailarina ante un cuerpo de ballet que, entusiasmado a su vez daba lo mejor de sí mismo para secundar a nuestra artista....
Desde que el 27 de marzo de 1955 debutara en el Teatro Radiocentro de La Habana interpretando uno de los napolitanos (había pocos muchachos y Josefina era alta) en el III acto de El lago de los cisnes (Alicia Alonso e Igor Youskevitch en los roles centrales) en su paso por la escena siempre ha reflejado su alma.
Han pasado a la leyenda las palabras que la diva Alicia Alonso le dijera a la pequeña Josefina y que ella no olvidaría: Nunca dejes que te comparen, ni conmigo ni con nadie porque cada cual tiene su propia personalidad.
El tiempo lo demostró. Josefina Méndez hizo su propia Penélope, Juana de Arco, Cecilia Valdés, Odette-Odille, Giselle, Dionanea, Swalnida, Consuelo, Taglioni, Aurora, Lisette, Bernarda Alba, Flora, Dionaea, Kitri.
Bailarina de extraordinaria fuerza y expresividad, su brillante técnica nunca fue un fin en sí misma, siempre estuvo al servicio de la creación. Aunque los verbos están en pasado, ella niega que ha dejado de bailar, pues ahora maitre principal de la compañía, lo hace a través de sus alumnos, y seguramente de su hijo, el primer bailarín Víctor Gilí, de quien se siente orgullosa y aprecia en él capacidad tanto para roles dramáticos como humorísticos.
Otros recuerdos. La noche de su retiro oficial en 1996. Josefina bailó junto a Víctor una coreografía creada especialmente para esa ocasión por Alberto Méndez, Intimidad, con la pantomima dejó a su hijo en el proscenio y fue alejándose lentamente. Una ovación merecida.
Vendría en el 2003 una nueva emoción. Las cuatro joyas (¿sería posible no hacer mención?) Josefina, Loipa Araújo, Aurora Bosch y la ya fallecida Mirta Plá recibían el Premio Nacional de Danza. Al concluir la Gala, primeros bailarines de la compañía pusieron flores en los brazos de las divas, y comenté entonces: nada tuvo más simbolismo que el instante en que se fundieron en un abrazo Josefina Méndez y el primer bailarín del BNC Víctor Gilí, su hijo. Sin dudas, la continuidad de la escuela cubana de ballet está asegurada.
Una nueva alegría para la memoria, la celebración del 50 aniversario de Josefina Méndez, quien con su dignidad soberbia, demostró por que nunca ha abandonado la escena.josefina mendez
En celebración de sus 50 años en escena
Por MIREYA CASTAÑEDA
Ver bailar a Josefina Méndez ha sido un privilegio. Justo ahora cuando deseo escribir sobre esta excepcional ballerina en celebración de sus 50 años en escena, escojo los recuerdos, antes de textos, datos, preguntas.
Por experiencia sé que los públicos en una función son variados, a un lado los críticos, por otro los balletómanos, más allá los que gustan del arte, y hasta los que van por primera vez a una función.
Ha sido la Gala por su aniversario (no de las mejores funciones) en que Josefina venció al tiempo y su propia decisión de no bailar, regalando la escena de Doña Rosita en Viva Lorca, y reiterando, si fuera necesario, por que Haskell la llamó reina de la tragedia, la que me retrotrajo casi 20 años.
Había invitado a una función a una vecina, una mujer mayor, sin ningún conocimiento de ballet. Esa noche, una de las puestas fue In the night (Jerome Robbins, música de Chopin).
Naturalmente, a la salida comentamos sobre lo visto, y esa vecina, sin conocer a las bailarinas, dijo: a mí me emocionó la que estaba vestida de malva. Era Josefina Méndez.
Fue un impacto esa opinión de alguien no especializado. La armonía de su baile, el ímpetu de su lirismo, su técnica depurada habían provocado un real placer.
A lo largo de estos años he tenido la suerte de entrevistar en varias ocasiones a esta estrella del ballet mundial y la técnica y el arte han sido centro del diálogo. Para ella la técnica, y hasta el estilo, deben ser consustanciales, y luego, estudiar cada personaje, pues el lado artístico es absolutamente imprescindible.
Como prima ballerina, de buena línea y encanto natural, así fue en sus actuaciones, reconocidas por la crítica: técnica segurísima, estilo de gran clase, interminables y triunfantes balances, deslumbrantes arabesques, cabal sentido interpretativo.
Gracias a uno de esos encuentros, guardo una anécdota que ella relatara. Era 1972 y bailaba Giselle, nada menos que en la Opera de París. Contó que llegó al teatro y la compañía tenía hacia ella una actitud cuando menos de helada espera. Comencé a ensayar añadió y al finalizar me percaté que todos estaban alrededor de la escena, un silencio cortante y de repente un aplauso.
Así lo apreció después el crítico André Philippe Hersin en Les saisons de la danse, París, 1972: Muy pocas veces he visto tantas cualidades reunidas en una misma bailarina: técnica segura, equilibrio impresionantecomo prueba, la célebre diagonal, estilo excepcional, personalidad y emoción en el momento de la locura y en el segundo acto, legato, ligereza y lirismo.
Alejo Carpentier escribiría de esa misma función: Y podemos afirmar que desde mediados del primer acto la partida estaba ganada, Josefina se había impuesto por su perfecto dominio sicológico y danzario del personaje, su espléndida precisión, su autoridad manifiesta y su falta de nerviosismo...Ahí se afirmó de modo definitivo la personalidad de una gran bailarina ante un cuerpo de ballet que, entusiasmado a su vez daba lo mejor de sí mismo para secundar a nuestra artista....
Desde que el 27 de marzo de 1955 debutara en el Teatro Radiocentro de La Habana interpretando uno de los napolitanos (había pocos muchachos y Josefina era alta) en el III acto de El lago de los cisnes (Alicia Alonso e Igor Youskevitch en los roles centrales) en su paso por la escena siempre ha reflejado su alma.
Han pasado a la leyenda las palabras que la diva Alicia Alonso le dijera a la pequeña Josefina y que ella no olvidaría: Nunca dejes que te comparen, ni conmigo ni con nadie porque cada cual tiene su propia personalidad.
El tiempo lo demostró. Josefina Méndez hizo su propia Penélope, Juana de Arco, Cecilia Valdés, Odette-Odille, Giselle, Dionanea, Swalnida, Consuelo, Taglioni, Aurora, Lisette, Bernarda Alba, Flora, Dionaea, Kitri.
Bailarina de extraordinaria fuerza y expresividad, su brillante técnica nunca fue un fin en sí misma, siempre estuvo al servicio de la creación. Aunque los verbos están en pasado, ella niega que ha dejado de bailar, pues ahora maitre principal de la compañía, lo hace a través de sus alumnos, y seguramente de su hijo, el primer bailarín Víctor Gilí, de quien se siente orgullosa y aprecia en él capacidad tanto para roles dramáticos como humorísticos.
Otros recuerdos. La noche de su retiro oficial en 1996. Josefina bailó junto a Víctor una coreografía creada especialmente para esa ocasión por Alberto Méndez, Intimidad, con la pantomima dejó a su hijo en el proscenio y fue alejándose lentamente. Una ovación merecida.
Vendría en el 2003 una nueva emoción. Las cuatro joyas (¿sería posible no hacer mención?) Josefina, Loipa Araújo, Aurora Bosch y la ya fallecida Mirta Plá recibían el Premio Nacional de Danza. Al concluir la Gala, primeros bailarines de la compañía pusieron flores en los brazos de las divas, y comenté entonces: nada tuvo más simbolismo que el instante en que se fundieron en un abrazo Josefina Méndez y el primer bailarín del BNC Víctor Gilí, su hijo. Sin dudas, la continuidad de la escuela cubana de ballet está asegurada.
Una nueva alegría para la memoria, la celebración del 50 aniversario de Josefina Méndez, quien con su dignidad soberbia, demostró por que nunca ha abandonado la escena.josefina mendez
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